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Resistencia feminista

Maia Alcire | Chaco

Hace un tiempo escribía: tengo una herida verde abierta en mi brazo derecho. Devino cicatriz-memoria, ahora tatuaje. Ese verde se desprende en las fotografías de Maia como humo en una multiplicidad de colores, luces y texturas. Hay sombras en la composición, pero forman el muro policial de la norma que no puede contener (que no nos puede encarcelar). En primer plano: el amor. En primerísimo primer plano: esa necesidad de transformarlo todo. Cada fotografía es un mapa, de pasiones y de luchas.
Y como todo mapa es un conjunto de líneas y formas que representan un amplio espacio-tiempo compartido. Nos orientan, nos guían cuando pareciera que nos perdemos. Y no hablo sólo de las ciudades: Trelew, Corrientes, Buenos Aires, Resistencia. También de las calles, sus luchas, sus feminismos, sus afectos y sus efectos. Y, sobre todo, el mapeo necesario de los rostros y las expresiones. En lo real, les reconozco, a las compañeras y compañeres. Sé sus nombres, sus historias, y aunque no, les veo y me veo. Hace unos días escuchaba la exposición de una compañera sobre Simone de Beauvoir. Decía que la autora revolucionó la escritura académica y filosófica porque se atrevió a hablar en primera persona, desde su subjetividad devenir-mujer. Soy importante, mi voz tiene validez y, como yo, hay otras. Hay otres. Este es el movimiento que la fotógrafa hace al momento de liberar la imagen.
Es así: no dispara, no captura, no inmortaliza. Territorializa, recorre y libera la emoción de ese momento, transmuta la efervescencia de la contingencia en la historia que estamos escribiendo con/en nuestros cuerpos políticos. Y es que ella está con nosotres. No es la mirada etnográfica de un observador (universal, macho, paternalista, objetivante) es ella luchando a la par a través del lente.
Mer. Agosto, 2019