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Sobreviviente

Rocío Navarro y Úrsula Sabarece | Chaco

“Soy una mujer con pene, firmé la paz con mi propio cuerpo”, dice. En septiembre de 2016, Úrsula cumplió 40 años. Es una sobreviviente. En Latinoamérica, la esperanza de vida de las personas Trans oscila entre los 35 y los 41 años. Transgénero son quienes asumen una identidad de género diferente al sexo que les asignaron al nacer. Transexuales, quienes han buscado una reasignación genital. Travesti remite, a veces, a una identificación generacional: los cuerpos siliconados de los ‘80, “cuando las travas tenían que parecerse a las mujeres porque su cuerpo era su trabajo”. Aunque el mercado laboral todavía las excluye descarnadamente. Y los legisladores siguen sin aprobar el cupo laboral Trans.
Pero Úrsula sobrevive. De la infancia húmeda y amorosa brota su fuerza. Del sostén de sus hermanas. De los hijos que crió.
De las tetas de guata y arroz que se inventó, de las piernas de colchón que una compañera se talló. Esta trava se monta en su disidencia, crea su propia narrativa, aprende a decirse –con esa voz de trava tan suya– que esa nuez de Adán es manzana de Eva. Su cuerpo, una obra en construcción, olor a revoque y juego de mano. Su cuerpo, el mármol oscuro y caliente de una Hermafrodita silvestre hambrienta de vida. “El cuidado de sí –escribió Michel Foucault– siempre se refiere a un estado político y erótico activo”. Se sube entonces esta trava a un colectivo. Viaja hacia un trabajo informal. Piensa en las travestis viejas, que antes no podían ni tomar mate en la plaza sin ser detenidas. Sonríe porque es tan desobediente que hasta se enamoró. Y el amor le dura, se funde en un altar de estampitas que nombran el poder de su deseo. Se cruza en su camino “ese destino de la muerte injusta”. Aldana Palacios, que era una trava como ella o cualquier otra, estaba trabajando en unos galpones la madrugada en que un pibe la mató a piedrazos.
“Fue un quiebre, pasar de la demanda no confrontativa a la rudeza de mostrarse, de ser desobediente y alzar la voz, aunque la barba esté crecida”, dirá. Lohana Berkins pensaba que “el concepto de travestismo es una cuestión revolucionaria porque es una identidad que rompe con la linealidad varón-mujer y con la linealidad sexo-género”. Susy Shock recita: “Reinvindico mi derecho a ser un monstruo, que otros sean lo normal”. Úrsula juega a ver la cara de la gente cuando dice: “Somos travestis”.
Y es como la luz que entra por la ventana para que aprendamos a leer. O como una planta que, después de pasear por varios rincones, halló su lugar.