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Beatificación Monseñor Romero

Paola Alonso | Mendoza

San Romero de América - Beatificación Monseñor Romero - El Salvador - Mayo 2015.
Oscar Arnulfo Romero Galdámez es el primer Obispo Mártir de América. Fue nombrado obispo de El Salvador en 1977 por situarse en el sector más conservador del momento. Sin embargo, el asesinato de su amigo, el sacerdote jesuita Rutilio Grande por soldados, ese mismo año, llevó a Romero a cambiar su visión sobre el evangelio y la realidad. Su prédica se centró en la denuncia de la violencia del gobierno militar y de los grupos armados de izquierda; los atropellos contra los derechos de los campesinos, obreros y sacerdotes.

En sus homilías, transmitidas por radio, enunciaba especialmente los asesinatos cometidos por los escuadrones de la muerte y la desaparición forzada de personas, cometidas por las fuerzas militares de seguridad. El día 23 de marzo de 1980, Romero hizo desde la catedral un enérgico llamamiento al ejército salvadoreño en su homilía, que más tarde se conoció como Homilía de fuego. En la misma pide al gobierno que cese la represión, y se dirige especialmente a los “hombres del ejército”, en concreto a las bases militares: “…hermanos, son de nuestro mismo pueblo, matan a sus mismos hermanos campesinos y ante una orden de matar que dé un hombre debe prevalecer la ley de Dios que dice “No matar”. Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios. Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado.” Al día siguiente fue asesinado por un disparo que impactó en su corazón cuando oficiaba una misa en la capilla del hospital de La Divina Providencia.

Esto significó el cierre del diálogo y el inicio de la guerra civil salvadoreña que dura 12 años con un costo de 72.000 muertos y 8.000 desaparecidos. Desde el momento de su muerte, el pueblo lo nombra San Romero Mártir de América y su imagen se imprime en afiches, lienzos y globos. Sus palabras se encuentran presentes y calcadas en paredes y remeras. Cada Iglesia de El Salvador tiene una estatuilla del Mártir, considerado “santo” para el pueblo, más allá de lo que las autoridades clericales puedan decir. A 35 años de su asesinato el Vaticano le otorga el título de beato, no santo, porque hay un protocolo que seguir. La beatificación se celebra en una gran fiesta que reúne a fieles de todas las latitudes. Miles de personas se agolpan para presenciar lo que sería un movimiento justo de la historia salvadoreña, el reconocimiento de un Héroe mártir al estilo latinoamericano.

Mártir porque fue silenciado. Héroe porque cuestionó el orden imperante y denunció la represión, el miedo y la muerte. Héroe mártir que hoy es dibujado en una remera, y pintado en una pared. Mártir, héroe igual que otros, igual que muchos que corrieron con la misma suerte. Héroe, mártir que el sistema devora y convierte en estampa para ser recordado, evocado, mecantilizado. Una vez más el sistema gana. Yo creo en estas personas, creo en sus ideas, sus obras, sus luchas. Que importa lo que diga la institución, cualquiera de ellas. Yo creo que el santo es santo porque el pueblo tiene fe y su milagro fue denunciar. Que el héroe es héroe porque en su denuncia salvó, quizás, alguna vida o muchas. Y creo que cuando el héroe es mártir, es porque el sistema lo ordenó. Este registro fue hecho desde la multitud. En ese mar me conmovió la gente, la alegría, la pena, las lágrimas, la devoción, el cansancio, el respeto, la fascinación, el fanatismo, las remeras, las estampas, los afiches, los paraguas, la esperanza, la venta ambulante, la eucaristía, los sombreros, la hermandad y el calor de un pueblo que no conocía.