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Bex Magazine #20 Dossier Perú

El señor de los milagros

Héctor Carballo / Lima

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El mes de octubre se viste de morado. Allá por el año 1651, los negros angolas se agremiaron y levantaron el local de su cofradía en la zona de Pachacamilla, en las afueras de Lima. En la sede de la cofradía, en una de sus paredes del galpón, un negro esclavo angoleño, bajo inspiración divina, plasmó la imagen de Cristo crucificado. La imagen fue pintada al temple en una pared tosca, cerca de una acequia de regadío, de un acabado imperfecto, además hay que resaltar que el anónimo pintor no tuvo estudios completos de pintura.

El 13 de noviembre 1655 , tuvo lugar un terrible terremoto que estremeció Lima y Callao, derrumbándose templos, mansiones, las viviendas más frágiles, ocasionando miles de víctimas mortales y damnificados. El temblor afectó también la zona de Pachacamilla, las viviendas se derrumbaron. Todas las paredes del local de la cofradía se derrumbaron, produciéndose entonces el milagro: el débil muro de adobe en donde se erguía la imagen de Cristo quedó intacto, sin ningún tipo de resquebrajamiento. El 20 de octubre 1687, un violento terremoto de más de 15 minutos arrasó nuevamente Lima y el Callao, derribando la ermita edificada en honor al Cristo, ante la sorpresa general la pared de la imagen del crucificado quedó en pie, por lo que se ordenó la confección de una copia al óleo y que por primera vez saliera en andas por las calles de Pachacamilla.
Todos los días de octubre, Lima tiene aroma a sahumerio. Ni el color morado ni el hábito ni la música tienen esa variedad sensorial que desprende el sahumerio: se toca, se mira, se huele… La luz, a medida que avanza la mañana, cambia. Una niebla tenue envuelve ese mar morado. Haber disfrutado de la llamada “hora azul” a nuestro arribo a las proximidades de la Iglesia Las Nazarenas, nos anuncia una procesión de una manera distinta. El humo, que se agrega como un condimento más, nos lleva a un mundo alucinante. Mérito del mejor “cazador”, que puede o no profesar la fe católica, nos dejamos seducir por esas luces frías y sombras, dignas de la primavera limeña.

El reto es ingresar dentro del cordón protector del anda para confundirnos con el Mayordomo General, capataces de las cuadrillas, cargadores, sahumadoras, cantoras, primeros auxilios, músicos y devotos. Preámbulo que asegura una experiencia más de vida fotográfica. La procesión es miel para los apasionados de la fotografía costumbrista y de los retratistas porque va lenta. Inquieta jugar con los planos: general, americano, medio y un medio corto (cantora abuela). Las luces avanzan con la procesión.
La sensibilidad se estabiliza. La velocidad de disparo se unifica. Estímulo, respuesta. Sumamos sensibilidades. Cámara en mano empezamos a “robar” fotos. Esas tomas en que uno simplemente calcula el ángulo; estemos agachados o empinados, es decir para lograr un contrapicado o un picado. A esquivar empujones dentro de la procesión.
Héctor Carballo

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