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Tiempo hasta morir

Evi tartari | Tucumán

Durante cuatro años, entre 2012 y 2015, realicé un trabajo que se compone de cinco fotografías de medidas variables. Esta serie reflexiona sobre la muerte de algunas formas posibles. Trabajo partiendo de la fotografía como técnica de ficcionalización, y lo inefable como tema de trabajo. Experimento un método personal, configuro una forma de operar que se repite en todas las imágenes que produzco: selecciono objetos para realizar ejercicios de prueba y error, me detengo al lograr una imagen que considero eficaz. Expongo mi cuerpo y origen, como un proceso de reflexión que me excede. Represento.

La piel es tu historia Eso que llamamos “vida”, una serie de repeticiones y transformaciones superpuestas. El agua que hierve, el limón que se pudre en el suelo, el árbol que crece, una canilla que se rompe, aquello que se quiebra; una cara que muta, pero sobrevive inmutable en una fotografía que finalmente se pierde.
El cuerpo de cada persona va evidenciando un tiempo de vida, y un modo de vida. Sostenemos una forma -variable- de edición y uso de la imagen propia, esa que hacemos posar para los recurrentes autorretratos que inundan esta segunda década del siglo veintiuno. Se repite un rostro que mira a un dispositivo que dispara. Un rostro que mira a una máquina como quien mira a otra persona a los ojos. Un rostro que mira la ausencia de un otro ¿es la búsqueda de un otro en el propio reflejo? ¿es anhelo de encontrar a un otro en el propio reflejo? ¿es entender al otro como enemigo? Elegimos un corte de pelo, prendas, a veces maquillaje; pero nuestros rasgos cuentan de dónde venimos, historias de orígenes, convergencias, migraciones, batallas ganadas y perdidas. Nuestra piel es discurso, sobre un territorio que desborda los cuerpos. Ser la “mujer blanca” o la “mujer negra” se define -construye- en la mirada del otro, en tensión o comunión. Hay cosas que realmente no podemos decidir, a pesar del esfuerzo por la manipular lo que comunicamos y proyectamos. Ella se maquilla, se peina, se desnuda. Se enfrenta a sí misma, sosteniendo una historia que podría ser suya, pero también podría ser ajena.
Dispara. Su retrato no cuenta en realidad nada de su intimidad subjetiva, no es la selfie en la que se cuela un paisaje interior o exterior configurando un relato con un gesto corporal; no es una composición en torno a asociaciones barrocas entre lo buscado y lo “filtrado”. Ella comprende que el cuerpo es un signo, que significa desde su forma y color “natural”, y así, desde esa conciencia, lo relaciona a un objeto que lo modifica y resignifica.
Alteración que contiene y sostiene la mirada ante la alteridad.
Viveiros de Castro, al explicar el perspectivismo advierte “El Yo es una posición completamente permutable y que todo el mundo, todos los seres, se ven en esa posición”. Hay cosas que solo se aprenden -y aprehenden- en el ejercicio de la repetición. Un ejercicio puede ser el de disparar a nuestra imagen. Sostener la mirada en un mismo lugar hace que comiencen a emerger nuevas formas, y se modifique la comprensión de lo posible. Cualquier repetición nos hace tomar conciencia de las formas, limitaciones y posibilidades de nuestro cuerpo. Lo que cansa, lo que lastima, lo que fortalece.
La repetición de un ejercicio también nos enfrenta a algo que gobierna nuestro tránsito por la vida: el latido de nuestro corazón, nuestro pulso. Evi trabaja exponiendo su piel, y haciéndose cargo que su piel es la de una historia colectiva. Ejercita la comprensión de su imagen como quien se toma el pulso para revisar el ritmo de eso que llamamos “vida”.
Nos mira y nos hace mirarnos, ahí está el reflejo.
Andrei Fernández Septiembre 2017