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Patricia Viel

Semiótica de tiempo

El humo que se desvanece inexorablemente siempre Sobre la colección de “Señales de humo para otros mundos”
Una señal y un acto consciente constituyen la decisión de comunicarse.
Lanzar un signo, premeditado pero urgente, es lo que empuja el principio de “Señales de humo para otros mundos”. La premura no está en la recepción de la respuesta, sino en el acto que ostenta confianza en que existen esos mundos. La primera es una bengala naranja, señal de emergencia universal que, con una duración de aproximadamente 60 segundos, permite incluso en situaciones de niebla densa, marcar posición y determinar la dirección del viento - de modo efectivo -, en operaciones de rescate. El humo que se desvanece inexorablemente siempre, lo hace cada vez de un modo diferente, único, según el contexto climatológico del momento: velocidad del viento, temperatura y humedad.
Luego, el color naranja deja de ser imprescindible y se presenta la necesidad de priorizar la efectividad del acto comunicacional, cediendo el espacio a otros colores que vuelvan más eficaz la visualidad según el entorno circundante: violeta, verde, blanco, rojo o el que fuese más pertinente para lograr este objetivo. La urgencia es la comunicación.
Con una superficie de 1,7 millones de kilómetros cuadrados, la Patagonia abarca la mitad del territorio argentino y, sin embargo, es la región con la menor densidad poblacional del país: poco más de dos personas por kilómetro cuadrado. Es en ese paisaje desolado en el que se condensa la emisión de estas señales que, a lo largo de casi cuatro años - desde 2018 -, son lanzadas con la certeza de que esos “otros mundos” existen, están presentes y son receptivos.
El paisaje es ocupado y la mecha encendida. El humo que enuncia un sonido constante se despliega en el paisaje apoderándose de él ilusoriamente, por un instante. Solo es susceptible de ser aprehendido en el registro fotográfico o el video.
¿Qué otros vestigios dan cuenta de este acto comunicacional? El cuerpo, medio necesario ejecutante, se presenta como sujeto tácito, sin dar más detalles que unas pisadas en la nieve o una sutil sombra a la distancia.
Son, sin embargo, los casquillos - las carcasas de las bengalas - , el detrito más contundente y a la vez necesario de la acción. Son los que, etiquetados, quemados y almacenados, testimonian y documentan lo acontecido: son el acervo de una performance sustentada en la ilusión de la existencia de un otro potencialmente receptivo.
Volver sobre el acto primigenio del envío de señales de humo en la era digital es un posicionamiento. Manifiesta la urgencia del estado de emergencia o de alerta y evoca preguntas acerca de las relaciones y tensiones entre el paisaje y el sujeto, entre la naturaleza y el artificio, entre la posibilidad o imposibilidad de comunicarse. El convencimiento y la acción sostenidos en el tiempo, fueron conformando una colección de señales que, apoderándose de múltiples soportes - fotografía, video, performance, intervención e instalación -, dieron sentido a una reiteración que, sin embargo, se ve modificada en cada nuevo suceso.
En el agua, en las rías y ripias, en la montaña.
En verano, en invierno o en un día lluvioso.
En el momento en el que la emisión es urgente: ese es el tiempo de cada señal.